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Cuando este libro llegó a mis manos pensé, primero, en su autora, en
Lily Chavez como esa gestora cultural, generosa, incansable, que pone su
vida a disposición de los demás: poetas y lectores que ella convoca, reúne y
echa a volar como una bandada. Enseguida, en el título de la obra: “La
Colmena”. Y la relación se hizo evidente, la autora venía a ofrecer y se
ofrecía a sí misma, un nido, una construcción que albergara el dolor de
existir. Finalmente, al encontrarme con los poemas debí poner alerta todos
mis sentidos. La poeta, como las abejas, había dejado trazos de su propio
cuerpo en los textos, y de las celdillas hexagonales, sin espacios, sin
vacíos, fluía la poesía como la miel que nutre y no caduca.
En cada una de las partes que componen la colmena (y componen el
libro) se inscriben los versos, como dice Hélène Cixous “…para no dejarle
lugar a la muerte, para hacer retroceder al olvido, para no dejarse
sorprender jamás por el abismo. Para no resignarse ni consolarse nunca,
para no volverse nunca hacia la pared en la cama y dormirse como si nada
hubiera pasado; nada podría pasar”. Pese a todo, no surge de ellos la
vivencia de una crisis existencial porque la poeta no exhibe perspectiva
negativa de sí misma y del mundo. Hay salida: la poesía, la naturaleza, Dios
en todo caso. La que escribe, llora, grita, advierte, lo hace con lucidez, con
extrema potencia, pero con un lenguaje que desplaza los significados para
poner belleza entre tanto dolor. Y lo logra. Se sostiene y nos sostiene.
Escarba en lo real y extrae lo desconocido, lo oculto. Su imaginación
desecha los objetos y nos desafía a pensar y sentir frente a una imagen,
una idea. Devela con destreza e ingresamos con ella en una realidad otra.
Caemos en la cuenta, no sin dificultad, que lo dicho no pudo haber sido dicho
sino de esa manera. Y las palabras, esas, las justas, nos marcan, nos
impregnan, nos transforman y nos dejan frente a la condición de seres
conscientes. Ingresar a este libro supone, pues, un encuentro con los
interrogantes que nos hacen esencialmente humanos.
Lily Chavez presta a los lectores su emoción, los lleva de la mano a la
nostalgia de un tiempo perdido para siempre, les expone con crudeza su
vulnerabilidad y les permite ver lo que ella ve desde su mirada abarcativa
que, tal como lo sugiere el origen de la palabra, ciñe, rodea y abraza.
El hecho artístico está consumado.
Estela Smania