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La torre de ángeles

por: Yael Noris Ferri


 

Reseña de la novela “La torre de ángeles”
Un poquito de algo de Nélida Cañas.

Mientras leo La torre de ángeles, opera prima de la escritora Yael Noris Ferri, Ediciones del Callejón, 2024, se va desplegando ante mis ojos un friso de una ciudad y una época. Córdoba, 1995. Época de estudiantes en las calles y proclamas en defensa de la educación pública. De momentos de ingenuidad e incertidumbres. De pobreza y niños “con hambre de todo”. Mientras avanzo en la lectura veo los usos y costumbre de entonces, escucho esa música, releo los libros, Cortázar, Freire. Recorro los sitios, la Biblioteca Córdoba, La Cañada, El patio Olmos. Ahí están los personajes principales con sus charlas cotidianas
y su juventud como blasón. Los sigo con paso sigiloso. Son Carla y Emilio. Los conoceremos en sus diálogos, con sus sueños y sus cargas que apenas sobrellevan. Ambos son huérfanos y ambos se refugian en el otro.
Carla, la protagonista, narra desde un presente preciso: “Son las ocho de la mañana de 1995 y parece que el mundo se hubiera detenido”. Se trata de una novela testimonial que consta de tres capítulos: Mariposas amarillas, El patio y La isla.
Breve, consta de 122 páginas y a medida que avanza va adquiriendo carnadura e intensidad.
El primer capítulo se abre con la noticia del suicidio del padre de Emilio. Y la novela se cierra, a manera de epílogo, con una carta del padre a su hijo. La autora cierra un círculo, como quien necesita guardar para siempre en el corazón esa gema preciosa de la pasada juventud.
Emilio con su azoramiento y dolor a cuestas sólo quiere el abrazo de Carla. Y seguirán así, abrazados. No importa qué clase de amor los unía. Amistad. Hermanos en la orfandad o quizás, como lo revela al final Carla, un amor intenso y fugaz, que los sostiene en medio de tanto naufragio. Los personajes nos van revelando su lucha en aquellos años turbulentos y la necesidad de poner el cuerpo. De buscar el lugar más alto de la ciudad, la torre Ángela, para arrojar desde la terraza papelitos con consignas en defensa de la Educación pública. Llueven sobre la ciudad cientos de papelitos. “Escucho el silbido de Emilio y los volantes vuelan como mariposas amarillas en la mañana soleada”
El patio es el segundo capítulo y su nombre no remite a la intimidad del patio de una casa, sino a un lugar público, a la Escuela secundaria inaugurada en 1909; cuyo nombre Escuela Olmos es un homenaje al gobernador José Vicente Olmos. Los estudiantes ofrecen “visibilizar con sus (nuestros) cuerpos la quietud frente al inminente cierre de terciarios y los ataques al nivel superior”. Por eso las marchas, las corridas, los bares donde se refugian y proyectan nuevas acciones.
Cuando Carla y Emilio visitan los bares, Emilio recuerda a su padre, que era un bohemio y gustaba dejarse estar en los bares. Dice: “Lo recuerdo y esta caladura que siento en mi alma por su ausencia se habita”.
Cuando Carla recuerda se remonta a la época más trágica de nuestro país: “Cuando murieron mis padres en la ruta volviendo del campo, plena dictadura, plena oscuridad”
Cada personaje surge en torno a los personajes principales. Ahí están: Marta, la bibliotecaria, la profe de filosofía, el profe de lenguaje de señas. Y fundamentalmente Santiago, que en el devenir de la historia toma gran protagonismo al morir su padre, situación que lo une singularmente con Emilio y Carla.
La novela avanza con diálogos y el lenguaje coloquial crea la urdimbre.
En el último capítulo, La isla, Carla narra la marcha, la policía persiguiéndolos, las sirenas… Y ellos reunidos en un bar bebiendo hasta olvidarse de sí mismos.
“Refriego mi ojos y miro que en la tele el periodista del noticiero relata: Anoche en la inauguración del shopping hubo disturbios con corridas de manifestantes…” “Y en mi cabeza aparece un eco…otro día más en la isla”.
Carla y Emilio siguen juntos. “Dos huérfanos recorríamos la ciudad, con pancartas en la mano, protestando y jurando que nunca serían una isla […] Isla era sinónimo de soledad e indiferencia y eso no era parte de nuestro trato”.
Juntos visitan a una villa. Una biblioteca desmantelada. Los niños alrededor, mientras Carla les lee un cuento. Y luego “el recuerdo del abrazo de la niña en la villa todavía se aferra a mí”. No, nunca serían una isla.
En un conmovedor párrafo la protagonista dice: “Comprendí después de tanto recorrido, que mi cuerpo y el de Emilio se habían hecho uno”. Lo amaba y al calor de su abrazo había superado el dolor de la orfandad. “Y Emilio había enterrado la
bala que perforó la sien de su padre, tal vez lo había hecho la misma tarde cuando en La Cañada me empapó la camisa celeste con sus lágrimas”.
El epígrafe de Julio Cortázar que abre la novela reaparece en el capítulo final resignificándose: “Contado por vos parece nada, realmente nada, pero sucede que nada más nada no da nada, sino que a veces da un poquito de algo”.

Me gusta la frase “un poquito de algo”, por su ambigüedad y porque veces al decir un poquito de algo podemos resumir la vida entera o una época de nuestra vida, como la juventud en el caso de La torre de ángeles.
La narradora apuesta al futuro: “Sabemos que la memoria, como una diosa protectora de la vida, algún día contará nuestra historia”. La escritora Yael Noris Ferri ha rescatado de los pasadizos de la memoria la historia de una época. Y haciéndolo me ha impregnado, como si se tratara de “un manifiesto de la alegría”, de los sueños y anhelos de aquellos jóvenes que eligieron no permanecer indiferentes.
Como quien recrea un ritual, he salido a caminar por las calles que ellos transitaron y he visto caer desde la terraza de la torre Ángela cientos de mariposas amarillas.

Nélida Cañas
Córdoba, 25 de febrero de 2024

Tel: 15 3544 59 44 65

Horario de Lunes a Viernes
09 a 13hs / 15 a 18hs.

Calle Gladiolo s/n esquina(300 mts) Ruta 14
(5885) Los Hornillos - Dto. San Javier - Córdoba


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