Entrevista al autor
Luis Villanueva nos lleva de viaje a una barriada en la frontera donde el conurbano bonaerense se vuelve campo. Un tiempo en el que ser niño también era peligroso, su prosa impecable lo dice sin decirlo, sin estridencias ni golpes bajos.
Esta antología de cuentos son historias unidas en una delicada trama; las aventuras de “Los Tugg”. Una banda de niños que no miden los riesgos al momento de las travesuras para expresar con ternura el valor de la justicia y de la amistad.
Camino al Oeste es un western de personajes épicos y adorables que se juegan la vida en un partido de futbol, en una casa abandonada, en disparar sus gomeras contra un auto color oliva en el que viaja la muerte; o rescatar un bagre del ostracismo para soltarlo en el curso del arroyo de la libertad.
En estas páginas que divierten y emocionan no quedan resquicios para la duda o los malos entendidos. Los gestos del narrador pueden reflejar los gestos de toda una generación.
Antes de irse Villanueva tira un anzuelo en el Burgueño, tal vez atrape otro “Dragón”.
Ricardo Di Mario
“En ese lugar, junto a los árboles bajos de la acuarela, cedí ante las inquietudes que venía arrastrando. En el día de la última juntada de los Tugg, no dejaba de pensar en nuestros amigos de las torres grises. Frente al autódromo. Se habían marchado pero la brisa del atardecer, me devolvía sus imágenes. ”
Camino al Oeste. Entre el western y el conurbano bonaerense de L. Villanueva
Reseña de Horacio Fernández
Estaba tan empeñado en realizar la proeza, que pensó en todo como para no echarse atrás en el momento clave. Ñaqui quería testigos para su hazaña. Nos había persuadido de cambiar nuestro lugar de pesca, como primera medida.
En el viaje al arroyo por la calle Lolamora, siempre solitaria en ese momento del día, vimos deambulando a Semilla. El dueño de la gomería. Caminaba a ritmo lento, sujetando una bolsa chica de arpillera que tintineaba.
Esa calle, aunque permitía una salida casi recta, era la más alejada de la plaza. Entrando desde la ruta, por ahí se recorría el trayecto más largo hasta el centro del pueblo. Los Tugg la cruzamos para llegar pronto al sendero que desembocaba en el Burgueño. Y vimos la metódica siembra de clavos miguelitos.
Sin detener nuestra caminata fuimos testigos de la preparación del atentado. Semilla se camufló tras un arbusto del baldío, y empezó a arrojar esas púas a la calle de tierra abovedada, como quien alimenta a las palomas.
El dueño de la gomería de la ruta era un tipo difícil. Lo habían corrido varias veces del playón de la curtiembre. Se dedicaba a tajear las cubiertas de los camiones estacionados, para ampliar su horizonte de negocios.
Intercambiamos miradas sonriendo. Sabíamos que por la calle Lolamora entraban al pueblo, en todas las ocasiones, los tripulantes del rugiente ford color aceituna.
“El salto de Luganis” (frag.) en L. Villanueva, Camino al Oeste.
Estos son los párrafos iniciales de uno de los doce cuentos, a los que también se podría llamar capítulos, - dada la unidad de contenido y estructura – que componen la novela Camino al Oeste de Luis Villanueva de quien conocíamos El rastro, una nouvelle publicada hace ya varios años. Elegimos este breve fragmento para darle forma a la presentación del texto porque, además de ser uno de los cuentos que más nos gusta del libro de Villanueva, contiene gran parte de los elementos que conforman su universo ficcional.
Vamos a hacer un recorrido por ellos para ofrecerles una mirada, por cierto parcial, sobre temas, contenidos y estructura de este relato apasionante. En lo que respecta a sus personajes, se los puede ver como un protagonista coral, debido a que son un grupo de amigos casi adolescentes, quienes, en la voz del narrador-testigo, se designan a sí mismos los Tugg; y que adquieren un perfil individual más definido en algún relato específicamente. Así es que los lectores los acompañamos en su descubrimiento del mundo, un rincón del Gran Buenos Aires que linda casi con la zona rural en la segunda mitad de los setenta.
Esos personajes, que hacen contrapunto con adultos pertenecientes a sus familias, vecinos y otros venidos de la ciudad, pueblan cada uno de los capítulos del libro, en un entrecruzamiento de experiencias, aventuras, desafíos personales, triunfos y derrotas que convocan a emociones, reconocimientos, odios y simpatía.
No faltan en el libro situaciones en las que toma parte el grupo, elevadas a categoría de leyenda, picaresca suburbana, y, en numerosos segmentos, también planea sobre ellos la ominosa presencia del mal que está lejos de cualquier metafísica o dogma religioso. Baste como ejemplo la frase final del fragmento que elegimos.
Villanueva es un hábil narrador que transita con ritmo seguro por aquellos motivos, experiencias, y mitos que conformaron la infancia y adolescencia de muchos de los que vivieron su infancia y primera adolescencia en aquellos setenta tardíos. Aunque sus relatos no son una fácil colección de anécdotas graciosas o emotivas, sino que transitan por carriles mucho más jugados en su desarrollo.
Vamos a hacer un breve recuento de esos motivos con la intención de provocar el interés y la curiosidad sus potenciales lectores, para que se dejen atrapar por la consistencia y solidez del mundo construido por Luis Villanueva.
Mencionaremos al azar varios de ellos, incluidos en los relatos de este libro, sin ningún orden, pero atentos a su condición de núcleos productivos de sentido, además de que, sin duda, van a tocar la sensibilidad e inteligencia de muchos de sus lectores cuando lleguen a ellos:
- El partido de fútbol épico, algunas de cuyas diferentes versiones hemos podido leer en O. Soriano, R. Fontanarrosa y E. Sacheri, entre otros.
- Las repercusiones de la inesperada muerte de un ídolo de trayectoria internacional.
- El parque de diversiones pintoresco y pobretón de los pueblos suburbanos donde sonaban ritmos de grupos también suburbanos y desconocidos.
- Un Ford Falcon verde.
- La imitación de hazañas deportivas a modo de reafirmación individual.
- La picaresca del trabajador pobre como en el caso que aparece en el fragmento leído.
- La casa siniestra que oculta algún secreto inconfesable.
Otro aspecto que no queremos dejar de mencionar es el trabajo artesanal sobre la estructura narrativa, que se despliega a lo largo de todos los cuentos / capítulos; de cuya relevancia para la unidad del texto, deseamos destacar cómo unas historias hacen referencia a otras que se contarán en otro lado o ya fueron narradas. Asimismo, el juego narrativo entre una historia de los Tugg y la épica del western norteamericano, entre otros que ustedes podrán descubrir.
En la línea de los descubrimientos, resulta todo un desafío rastrear o dejarse llevar por el placer del reconocimiento, en este libro conmovedor, de las referencias –múltiples formas de la intertextualidad – a las varias formas de la cultura popular con las que dialogan las ficciones de Luis Villanueva.
Para cerrar, quisiéramos referirnos a dos aspectos más que dan relevancia a este libro. Por una parte su inevitable inclusión en un notable conjunto de novelas / nouvelles de las que son meros ejemplos citados de memoria: Los cachorros, y La ciudad y los perros de M. Vargas Llosa, El señor de las moscas de W. Golding, y por cierto, al menos, el capítulo I –Los ladrones – de El juguete rabioso de R. Arlt, con el cual Camino al Oeste comparte, además, su estructura narrativa. Por otra parte, queremos destacar el modo en que sobrevuela, se entrecruza y altera la vida de los protagonistas del libro, la historia política de la Argentina de la segunda mitad de los setentas, a la que se alude en el Ford color aceituna que entra al pueblo en “El salto de Luganis”